Andrew Higgins / The New York Times
El sonido del gas liberado por una palanca roja activada por Arie den Hertog en la parte posterior de su camioneta blanca dio inicio de la matanza. Las víctimas, apiñadas en una caja de madera sellada con apariencia de ataúd, chillaron mientras luchaban por respirar. Apenas dos minutos después quedaron en silencio.
Mirando el cronómetro de su teléfono celular, Den Hertog declaró concluida su labor. “Ahora todo ha terminado”, dijo orgulloso de su trabajo espantosamente eficiente. Ocurrió en día soleado debajo de una hilera de álamos en la ribera del Bajo Rin, en Holanda.
Injuriado como “nazi” por los defensores de los derechos de los animales, pero elogiado como héroe por los granjeros holandeses, Den Hertog, de 40 años , es un experto en la práctica de matar a grandes cantidades de gansos silvestres.
En una reciente salida a Wijk bij Duurstede, una aldea en la región de Utretch, mató a 570 ejemplares en su cámara de gas portátil acondicionada con dos grandes tanques de bióxido de carbono. Habitualmente extermina alrededor de 7.000 gansos por semana. “No es divertido, pero es un trabajo que tiene que hacerse”, aseguró.
Las autoridades holandesas también insisten en que debe hacerse. Le pagan a Den Hertog para impedir que una creciente población de estos animales devore el pasto de las vacas y choque con los aviones que despegan del aeropuerto Schiphol de Amsterdam. Él es la respuesta desagradable a lo que se ha convertido en un problema a gran escala para el país.
Las poblaciones de gansos se vienen incrementando desde 1999 por una compleja suma de razones: por un lado, se prohibió su caza. A eso hay que sumarle el creciente uso de fertilizantes ricos en nitrógeno, que les encanta, y la expansión de las áreas naturales protegidas. Esa combinación, más una abundancia de ríos y canales, han hecho al país un sitio ideal para los gansos, dijo Julia Stahl, jefa de investigación en Sovon, un grupo que supervisa a las poblaciones de aves silvestres.
Mientras los activistas por los derechos de los animales no interrumpan sus aniquilaciones, Den Hertog asegura que los pasajeros que vuelan hacia y desde el aeropuerto Schiphol no necesitan preocuparse. Porque no habrá gansos que generen peligro durante los despegues y los aterrizajes (pueden meterse en los motores de los aviones y causar una tragedia). De hecho, esta posibilidad le garantizó a Den Hertog su primer gran éxito. Fue en 2008 cuando obtuvo un contrato del Gobierno para desplegar su cámara de gas de fabricación casera. Pero esto también lo puso en la mira de los grupos defensores de los animales, que lo acusaron de revivir los métodos de matanza nazis e iniciaron una serie de demandas judiciales para detenerlo.
“Mucha gente se muestra demasiado emotiva con los animales”, dijo Den Hertog. “Les ponen nombres y piensan que son humanos. Pero la naturaleza misma es muy difícil. Cuando un ave enferma, un zorro la matará de inmediato. Pero si los humanos la ven, quieren llevarla al hospital”, se burló.
Estima que, desde 2008, ha matado más de 25.000 gansos en los alrededores del aeropuerto y entre 50.000 y 60.000 en general. Todos son donados a un carnicero en Amsterdam que se especializa en presas de caza.
Después del alboroto inicial por sus métodos, a Den Hertog le prohibieron usar bióxido de carbono y tuvo que recurrir a otros métodos, como disparar a los gansos o, en algunos casos, golpearlos con un martillo.
“El uso del gas -dijo Hugo Spitzen, guardia de un área de conservación- planteaba un problema de relaciones públicas porque el vínculo con la Segunda Guerra Mundial es muy difícil, pero era mucho mejor porque no había sangre ni pánico y sólo toma unos minutos”.